Pluma de ángel

¿Habéis visto esta pluma?

Pues resulta que es una pluma de Ángel. Tranquilizaos. No os pido me creáis… ya ni siquiera os lo pido. Y sin embargo, os pido que escuchéis otra vez, por ultima vez, mi historia. Una noche estaba teniendo un sueño delirante, cuando me despertó un estremecimiento del aire. Abrí los ojos. ¿Y sabéis lo que vi?

En la oscuridad de mi cuarto, una miríada de chispas. Todas iban a reunirse, como por un remolino magnético, en un punto situado delante de mi cama.
Rápidamente, la acumulación de estos copos imantados y fluorescentes fue constituyendo un cuerpo. Cuando los últimos copos terminaron su recorrido, había un Ángel delante de mi; un Ángel reglamentario, con grandes alas de leche.
Como si fuera una flecha del carcaj del hombro, saco una pluma y me la tendió. Luego me dijo:
-Es una pluma de Ángel. Enséñala a tu alrededor, te la regalo. Bastará con que solo un humano lo crea y este mundo desgraciado se abrirá al mundo de la alegría. Que solo un ser humano desgraciado se abrirá al mundo de la alegría. Que solo un ser humano te crea, con tu pluma de Ángel. Adiós y recuerda: la fe es más hermosa que Dios.
Entonces el Ángel desapareció dejándome la pluma entre los dedos.
Permanecí en la oscuridad un largo rato, iluminado, temblando de éxtasis, alisando la pluma, respirándola.
En aquellos tiempos vivía atormentado por los senos suntuosos de una pasión nefasta.
Encendí la luz, la desperté y le dije:
-Mira, amor mío. Mira esta pluma. Acaba de dármela un Ángel. Es una pluma de Ángel. Sabes que soy incapaz de mentir, de hacer bromas escabrosas. Amor mío tienes que creerme. ¡Créeme y el mundo se salvará!
La bella, con la cara oscurecida por sus cabellos, por las arañas del sueño, me contesto:
– ¡Deja de fastidiarme! Quiero dormir. ¡Deja ya de fumar este diabólico Nepal!
¡Me dio la espalda y al carajo!
En cuanto se hizo de día, Salí corriendo a donde los negros, las basuras y las palomas, donde vivía mi amigo más fiel.
Enseñe mis plumas del áfrica negra, a los contenedores y, por descontado, a las palomas que dieron vueltas a mí alrededor y me dedicaron arrullos de admiración.
Con gesto pausado, con precisión, vacié mi saco bíblico, mi almohada celestial.
-Has oído bien, André. Bastara con que me tomen en serio para que la humanidad se libere de la orbita de su maldición guerrera y funesta. ¡Desprenderse de ella para siempre! ¡Se acabo el sufrimiento, empieza la alegría!
André se froto las sienes pensativamente. Me dedico una sonrisa emocionada. Me llevo hasta la cocina delante de un café y me explico que yo, que era hipersensible, que yo, proclive al misticismo, que yo… mejor que me fuera a descansar. Con aire fresco del campo y pajaritos de verdad, a poder ser…
Me encontré de nuevo en la calle ensordecedora, atenazando la pluma en mi bolsillo.
-Mire usted, señor agente: esto es una pluma de Ángel me cree.
Acto seguido los rebaños estruendosos de coches llenos de odio se quedaron parados y salieron de su interior seres humanos radiantes, con sus volantes a modo de aureola y se besaban llorando de emoción. ¡Por favor!
Camine y camine, devorando los rostros con la mirada. ¿A este de aquí? ¿A esta ancianita?
Hasta que de pronto, evidente, deslumbrante, se apodero de mi aquella idea.
Dejare a los hombres a un lado, me dirigiré solo a los niños. Solo ellos saben que la fe es más hermosa que Dios.
Los niños, si. ¿Pero que niño?
Camine y camine. Ya ni siquiera miraba las caras de los transeúntes enfurruñados por que, en mi interior, guirnaldas de rostros infantiles, mis bien amados, mis encantos, mis crédulos, me sonreían.
Caminaba. Volaba. El viento de mis pisadas levantaba remolinos de hojas por todo Paris.
Las hojas de la piedra, del asfalto, y ahora, del adoquinado. Las de la calle St. Vincent, en las escalinatas de Montmarte.
Subí, baje, y me quede inmóvil a la puerta de un colegio, en la calle Montcenis.
Unas cuantas mujeres esperaban la salida de los niños.
Adoptando falsa expresión de padre, yo también espere.
Salían como soplos frescos del parvulario, como bocanadas abigarradas. Mi mirada revoloteaba por caritas y morritos, en busca de alguna revelación.
En el umbral de la escuela había una niña parada. Sus ojitos de azabache parpadeaban bajo la vivida luz de abril, un poquito rasgados, como de chinita, y se frotaba vigorosamente.
Entonces yo seguí la bolita morena y rizada de su cabeza, asciendo tras de ella los peldaños de la Butte.
Al cabo de unos cien metros entro a un edificio.
Permanecí allí durante bastante tiempo, acariciándome los dientes con el pico de la pluma.
A la mañana siguiente, regrese a la salida de la escuela, y también la siguiente… y en días sucesivos.
Llama Fanny.
Pero no me atrevía a hablarle.
¿Y si la asustaba con mi boca seca, mi sudor sacro, mi blanca palidez mortal, vital? ¿Qué hago? ¿Matarme? ¿Me trago mi pluma? ¿Se la clavo en el culo a mi pasión nefasta? Hasta que un jueves me dice: << se lo digo>>
Los pulmones de la primavera exhalaban su primer halito paradisiaco. Avive el paso. Extendí mi mano hacia aquella cabecita rizada.
En el momento en que estaba apunto de tocarla, otra mano, muy pesada, saboteo sobre mi hombro. Me volví. Eran dos y apestaban a barrotes.
-Venga con nosotros.
La comisaria. Ya los conocéis. Esos polis que fuman como carreteros, se zapan un bocata tras otro y no están para tonterías. El comisario era un buen tipo. No iba de chulo, pese a su peculiar entonación.
-Siéntese. Me parece que le he visto a usted en alguna parte. ¿Le gustan las niñas?
-Aunque le parezca a usted un loco, yo le explicare señor comisario, los verdaderos motivos que me llevaron a acercarme a esta niña…
Saqué mi pluma del bolsillo y le solté la cantinela nocturna y milagrosa.
-Veamos el cuerpo del delito.
Me cogió la pluma de mis manos temblorosas y la giro técnicamente delante de una ceja benevolente.
-Esto es de oca- me dijo. Quizá de paloma. ¿Quiere que le diga lo que pienso? ¡Que me acuerde de usted al inspector colombo…!
– ¡No es de oca! ¡Le aseguro que es de un Ángel!
-Admitamos esta hipótesis. ¡Cálmese! Pero reconozca que siempre semejante afirmación debería ir acompañada de unas mínimas pruebas periciales…
-Ahora tengo un poco de paciencia que enseguida vendrá a ocuparse de usted, ¿Vale?
Se ocuparon de mi. Amablemente entre electrochoque y electrochoque ahora paseo por el parque de la clínica psiquiátrica donde resido desde hace un mes.
Entre los chiflados que deambulan por aquí y se la pegan, ¡Pluf! Sobre los bonitos parterres, hay un personaje que me fascina.
Es un viejito, muy guapo.
Siempre esta ahí, inmóvil, y herético, delante de un cedro del Líbano. A veces calla y me contempla sonriente. Saca de los dobladillos de su ropa cascaras de nuez, gruesas cascaras que rompe de un golpe con la palma, ¡Crack! Y me las da.
A veces extiende lentamente los brazos y parece como si cantara salmos de un texto secreto, sagrado.
Acabe por acercarme a el, por dirigirle la palabra.
Ahora somos amigos. Es un tipo sorprendente, sabio, y un poeta.
Por decir que no quede: os diré que lo sabe todo y que lo ha visto todo, conoce todo, penetra en todo. De su barba maciza, algo verdosa, pelos densos y torcidos, sale el verbo, tranquilo y afrutado, alimentando un relato en el que se unen todas las místicas, todas las músicas, los filósofos, las humanidades, los esoterismos para fundirse en el poso estrellado de su memoria.
En esta fuente de la eterna juventud intelectual, desciendo torpemente el cubo derramado el agua fresca y limpia de la inteligencia aliada con el amor, y luego lo vuelvo a subir.
El día en que me habla de ornitología comparada entre Oliver Messaien y Charlie Parker dejo de escucharme, se hace en mi interior un gran silencio.
Pero ese señor extraño del que el Ángel te hablo, este humano que cree en tu pluma, este humano ilocalizable; pues mira, míralo bien que esta aquí, delante de ti. ¡Míralo!
Sin dudarlo un instante, saque mi pluma.
De sus ojos cobrizos salió una chispa. Examino la pluma con una agudeza que me produjo escalofríos de la cabeza a los pies.
– ¡Que magnifico ejemplar de pluma de Ángel tiene usted aquí, amigo mío!
-Entonces usted… ¿usted me cree?
– ¡Pues faltaría mas! Este tubo ligeramente acanalado, el nacarado de las barbas, no hay error posible: incluso le diría que se trata de una pluma de Ángelus maliciosus.
– ¿pero entonces, si dicen que cuando un hombre lo crea, el mundo se salvara…?
-Deténgase ahí, amigo mío. Yo no soy un hombre.
– ¿… que no es usted un hombre?
-Pues no. soy un nogal.
– ¿Un nogal?
-No. un nogal, un árbol.
Entonces sentí un estremecimiento, del aire. Desde la cima del cedro grande, un pájaro vino a posarse sobre el hombro del anciano.
Creí reconocer en el, miniaturizado, al Ángel malicioso que me visito.
El pájaro, el anciano y yo, los tres, nos reímos mucho, mucho y mucho tiempo…
¡Una risa loca!

Este texto lo recibí de una de mis maestras. Desconozco su autoría, pero se los comparto con mucho amor y en gratitud por haber sido mi inspiración en mi despertar.